A6
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- 17/05/2008 a las 20:06 (2024 Visitas)
Me encantaba -me encanta- el trayecto a Galicia. La A6 es un remanso de paz a mitad de semana, cuando hago la ruta. Sus amplios carriles permiten una conducción segura sin poner demasiada atención en la carretera. Las noches que viajo al norte son casi mágicas: sólo la carretera, el coche y yo, sin pasajeros latosos, sin estresantes caravanas, sin agobios.
Cuando paso Ponferrada siempre abro las ventanillas para empaparme de humedad, de ese aire tan diferente al que respiramos en Madrid. Al pasar el túnel de Piedrafita do Cebreiro la placentera sensación me cubre al completo, me meto de lleno en la niebla gallega y soy todavía más libre, más anónimo, más auténtico. Es un viaje único. Los montes del Bierzo separan dos mundos, y al atravesar el vórtice, al entrar en terra de meigas, puedes quedarte enganchado para siempre.
Muchas veces, antes de llegar a las tortuosas carreteras galllegas, en las largas rectas de la meseta castellana, piso a fondo y pongo el coche a 200 km/h. Tengo los radares localizados, sé dónde hay más tráfico... y me la juego. Es divertido.
Recuerdo un día del verano pasado -que lo trabajé de junio a septiembre, como buen paria- en el que me conocí a mí mismo. Era, por supuesto, un viaje a Galicia. Empecé a acelerar antes que de costumbre; llevaba varios días con ansiedad y necesitaba mi antídoto galaico cuanto antes. Velocidad de crucero, 180 km/h. Ventanillas bajadas, ruido ensordecedor. Brisa fresca, aunque no demasiado septentrional.
Volvió a rondar por mi mente una idea a la que le he dado muchas vueltas a lo largo de mi vida. Morir en la carretera, a gran velocidad, tirarse por un puente o estrellarse con una pared. ¿No es una manera genial de palmar? Coincido con Marinetti: es más bello un coche de carreras que la Victoria de Samotracia. Velocidad, cúlmen, ocaso, muerte.
No podía quitarme de la cabeza ese pensamiento furtivo, que se acomodaba poco a poco en mi cansado intelecto. Si hubiera una explosión ya sería fantástico. Sangre, vísceras, viento, estrellas y luna. Y velocidad. Siempre velocidad, sinónimo de libertad.
Curva a la derecha, curva a la izquierda. Curro de mierda... precipicio a la derecha. Mierda de vida, andén peligroso. Recta, qué **** es mi novia, curva. Curva, recta. ¿¿¿¿¿¿¿ciervo??????? ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡ciervo!!!!!!!!!!! ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡ciervo!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! !!!!
Viré con todas mis fuerzas, chillé como una perra en celo, me agarré al volante, volví a virar, derrapé, me estampé. Siniestro total -mira por donde, un grupo gallego-.
Como podéis imaginar, no fallecí en ese viaje. Sólo me quedaron un par de señales del accidente, entre las que destaca una cicatriz en el codo que avala mi historia. Y como -haciendo honor a la verdad- me alegré de no estirar la pata a 200 km/h en la A6, no volvieron a rondarme por la cabeza esas ideas de muerte veloz y futurista, vanguardista y marinettiniana.
Sería hipócrita por mi parte...
Nota del “escritor”: Ningún animal sufrió en esta historia, a excepción del conductor.